martes, 24 de julio de 2007

Planeta Tierra

De seguridad nacional recuperar los bosques perdidos

A lo largo de la historia, el árbol no sólo ha sido fuente de inspiración espiritual y mítica para el hombre, sino también una de sus principales materias primas. Por esa razón, en México se han iniciado importantes esfuerzos para preservar a los bosques y, con ello, a otro recurso natural al que están íntimamente ligados: el agua.

Debido a la trascendencia de los recursos boscosos, a finales de la década de los 50 el gobierno mexicano decretó que el segundo jueves del mes de julio se conmemorase el Día del Árbol, iniciativa que actualmente se suma a las acciones de conservación de 5.3 millones de hectáreas de bosques y selvas que se estima posee el país.
El gerente de Planeación Hidráulica de la Comisión Nacional de Agua (CNA), ingeniero Juan Carlos Valencia Vargas, explica en entrevista que la importancia de los bosques y su relación con la preservación de las fuentes hídricas son sólo algunas de las acciones que se llevan a cabo para proteger el binomio árbol-agua.

Considera que son tres las principales relaciones que existen entre los recursos forestales y la disponibilidad del vital líquido. La primera de ellas, demostrada en diversos estudios internacionales, es que la cobertura vegetal; es decir, bosques y selvas, entre otros, resulta fundamental en el equilibrio ecológico. Empero, cuando ésta disminuye el ciclo de lluvias se altera y con ello la captación de los cuerpos de agua se reduce, tanto en calidad como en cantidad.

En un segundo aspecto, los bosques y la vegetación en general contribuyen a que, en lugar de escurrir a ríos y cauces, el agua de lluvia se filtre al interior de la tierra y recargue los mantos subterráneos, con lo que los mismos están en posibilidad de cubrir las necesidades de los usuarios dentro de los sectores agrícola, industrial o urbano.

Asimismo, los bosques controlan la erosión del suelo. De este modo, cuando una superficie de terreno carece de vegetación, el agua se desplaza más rápido y arrastra sedimentos. En el caso de un cerro que carece de cubierta vegetal, el líquido que cae en su superficie baja a una velocidad mayor que si tuviera árboles, con lo que literalmente lava y transporta la tierra hasta llegar a los ríos. Ahí, el agua contribuye a incrementar, por un lado, la velocidad de los afluentes (con el riesgo que ello implica para la población y estructuras como puentes) y, de otro, los sedimentos se depositan finalmente en las presas, reduciendo su capacidad de almacenamiento y la posibilidad de atender las necesidades del líquido que la población demanda.